El secundero devora ferozmente mi vida a cada segundo que atrapa con sus garras. El rechinar del mecanismo imparable del tiempo resquebraja mi cerebro. Doy por supuesto que luchar contra lo invencible es estúpido, intentar hacer sucumbir a lo inquebrabtrable es utópico. El devenir del tiempo es incontrolable, imposible de detener. Vivir en el pasado es sinónimo de llorar por lo que pasó y terminó o por lo que nunca llegó a pasar. Pero quizás no sea tan demente añorar el ayer, intentando arañarle al recuerdo sonrisas del pasado. Quizás no sea tan absurdo aprender de los errores anteriores. Y es que detesto a los que olvidan su pasado de la misma forma que la arena del desierto escapa sobre la mágica alfombra del viento. Porque el tic tac corre y nos hace, en ocasiones, desesperar en un mundo imaginario de sueños que nunca llegaron a vivirse. Pero también ayuda a no tropezar de nuevo con las mismas piedras que han lastrado nuestro camino.
No seamos estúpidos, aprendamos del ayer.